Por Marcos Álvarez
La esperanza es, para muchos dominicanos, el único refugio frente a la adversidad. Es la fuerza que sostiene a los débiles, a los marginados, a los olvidados. Pero esa esperanza no nace sola: se alimenta de las palabras y las acciones de quienes están llamados a guiar, a inspirar, a defender. Líderes políticos, religiosos, sindicales, sociales… todos tienen la responsabilidad de ser la voz de quienes no la tienen. De ser faros en medio de la oscuridad. ¿Qué sucede, entonces, cuando esos líderes eligen callar?
Hoy, en la República Dominicana, enfrentamos una dolorosa verdad: vivimos bajo el dominio de los “héroes del silencio”, figuras de poder que se esconden tras discursos vacíos mientras la nación se desangra.
Un liderazgo, especialmente el político, que ha dejado de representar al pueblo. Callan ante la miseria humana, callan ante el abuso, callan ante la injusticia. Y con ese silencio, la esperanza muere lentamente.
La tragedia ocurrida recientemente en la discoteca Jet Set, donde más de 200 personas perdieron la vida, es una muestra clara y cruel de esta complicidad silenciosa. Un siniestro que pudo haberse evitado si las autoridades hubiesen cumplido con su deber de velar por la seguridad ciudadana. Pero no lo hicieron. Prefirieron mirar hacia otro lado, quizá porque eran negocios de allegados, o simplemente porque les resultaba más cómodo no incomodar a los poderosos.
Entre esos líderes, destaca el presidente Luis Abinader, quien, pese a su investidura y al clamor de una nación enlutada, ha optado por guardar silencio ante esta y otras tragedias. Y qué decir de liderazgo de la oposición como el doctor Leonel Fernández, el expresidente Danilo Medina y otros líderes importantes como Abel Martínez y Francisco Javier entre otros se han limitado a guardar silencio; Un silencio que hiere, que indigna, que mata.
¿Dónde está el liderazgo de la gente? ¿Dónde quedó aquel compromiso de estar al lado del pueblo? Su indiferencia no solo lo hace cómplice, sino que lo coloca entre esos “héroes” que prefieren el aplauso de las élites antes que el dolor de las mayorías.
Este país sufre, no solo por la pobreza, sino por la traición de quienes juraron defenderlo. Los hospitales carecen de insumos, las escuelas de calidad, las calles de seguridad. Y mientras tanto, nuestros líderes disfrutan de privilegios y comodidades que el pueblo jamás conocerá.
Un liderazgo que mata la esperanza no merece seguir existiendo. Es momento de exigir más, de levantar la voz, de recordarles que están ahí para servir, no para servirse. La esperanza no debe morir. No podemos permitir que la silencien quienes se enriquecen con nuestro dolor.
Porque ya no necesitamos héroes del silencio. Necesitamos líderes de verdad.
