PEKIN.-La tensión entre China y Japón ha entrado en un ciclo de deterioro acelerado que ya no se limita a intercambios diplomáticos ni a protestas formales. En las últimas semanas, el Pacífico occidental ha sido escenario de maniobras cada vez más agresivas en las que los límites entre disuasión, advertencia y provocación se desdibujan peligrosamen
En las últimas horas ha tenido lugar el episodio más grave hasta la fecha.
Una rivalidad estratégica. Todo comenzó el fin de semana, con la iluminación con radar de control de tiro de cazas japoneses por parte de aviones J-15 del portaaviones chino Liaoning cerca de Okinawa, una situación que ha encendido todas las alarmas en Tokio.
El gesto (un acto inequívocamente hostil en el lenguaje militar) se produce en un momento en el que Japón se ha comprometido a reforzar su presencia en el entorno de Taiwán y la cadena de islas Ryukyu, una decisión que Pekín percibe como un desafío frontal a sus ambiciones regionales. La espiral se agrava por las declaraciones de la primera ministra Sanae Takaichi, señalando que un ataque al estrecho podría activar la defensa colectiva japonesa, una frase que China ha elevado al rango de provocación estratégica.
China respondió acusando a Japón de interferir en sus ejercicios, alegando que había delimitado previamente la zona de maniobras. Los portaaviones y destructores chinos se movieron a través del estrecho de Miyako, uno de los corredores marítimos que conectan al Pacífico con el mar de China Oriental, mientras medios oficiales chinos ridiculizaban las capacidades defensivas japonesas y advertían que cualquier paso hacia un rol militar más activo “conduciría a su propia destrucción”. El lenguaje, acompañado por maniobras reales que combinan presencia naval, patrullas aéreas y presión psicológica, define un entorno donde cualquier error táctico podría desembocar en una crisis.

Ryukyu como escudo avanzado. Frente a esta escalada, contaba Bloomberg que Japón ha emprendido la mayor reconfiguración militar desde la Guerra Fría, articulada en torno a un concepto que los analistas han bautizado como el “archipiélago misilístico”. Yonaguni, la isla más occidental del país, se ha convertido en un puesto avanzado de vigilancia y guerra electrónica a apenas 110 kilómetros de Taiwán.
Militares japoneses en OkinawaLucha por la legitimidad histórica. Lo hemos ido contando. La tensión operativa se suma un frente igual de volátil: la disputa histórica. Los medios estatales chinos han reactivado narrativas que cuestionan la soberanía japonesa sobre los Ryukyu, reinterpretando la posguerra y citando selectivamente declaraciones de 1945 para presentar a Japón como una nación cuya soberanía “está por determinar”.
Pekín aprovecha estas referencias para reforzar su reclamación sobre las Senkaku y para argumentar que su visión sobre Taiwán tiene una legitimidad histórica que Japón no puede contradecir. Tokio responde apelando al Tratado de San Francisco y al marco legal internacional existente, pero su esfuerzo por mantener la estabilidad choca con la presión china, que combina diplomacia represiva con operaciones psicológicas dirigidas a las comunidades locales. Dicho de otra forma, la disputa histórica no es retórica: alimenta la percepción en Japón de que el conflicto con China no es coyuntural, sino profundamente estructural.
Incertidumbre. El resultado de estas dinámicas es un Pacífico occidental que avanza hacia una zona de fricción permanente, donde cada movimiento se interpreta como un ensayo general y cada declaración política se magnifica como un aviso estratégico. Las incursiones aéreas, los ejercicios navales, la militarización de las islas y la disputa histórica entre grandes potencias convergen en un espacio geopolítico reducido, densamente poblado y altamente simbólico.

Para Japón, la encrucijada es compleja: reforzar su defensa sin reavivar temores internos sobre el militarismo, coordinarse con Estados Unidos sin convertirse en un objetivo automático, y responder a China sin incendiar la región. Para Pekín, la clave está en mantener la presión, ampliar su margen de acción futura en el estrecho de Taiwán y fragmentar la unidad estratégica de sus adversarios.

